John COPLANS

self portrait

  • AÑO: 1988
    DIMENSIONES: 102 x 99 cm.
    TÉCNICA: fotografía blanco y negro
    EDICIÓN: 1/12
  • Coplans revisitado

    El cuerpo autofotografiado de Coplans evoca múltiples lecturas. En el gran primer plano de su mano, que precisamente ahora está frente de mí, veo una flor carnal cuya primavera es ya un asunto de larga memoria: una magdalena proustiana. La gente se pone una perfume para ser recordada. John Coplans se fotografió por la misma razón. Su perfume se llama Arte, y tiende a ser más duradero que la más penetrante de las fragancias. Mientras contemplo los surcos de esta mano, pienso en los años vividos y en flores frescas y a la vez resecas por el tiempo y sus circunstancias. Ninguno de los cinco sentidos reaviva la memoria de la manera en que lo hace el olfato. Séneca pensaba que quien frecuenta la perfumería, aunque sea por un corto período de tiempo, llevará consigo el perfume del lugar. Y eso es lo que lleva esa mano que, aunque muy suya, es a través del arte la mía y la de todos. Una flor frágil, breve y tan persistente como el olor a violetas; un olor que es el silencio de una llave abriendo la puerta de la memoria. Un olor que despierta y provoca más que cualquier sonido. Al mirar y estudiar esa mano, pienso en lo acertado del primer plano que se impone en nuestra retina por su dimensión extracorporal. Es la primera vez que vemos desde tan cerca carne tan igual y tan extraña a la nuestra. En tal circunstancia de proximidad, inevitablemente oleríamos las sales del sudor, el almizcle, el ámbar, la testosterona apagada, quizás hasta el ajo, el vino, el ámbar y el tabaco. Pero no olfateamos nada de eso en la imagen ineludible de una parte de nuestro cuerpo que nunca observamos, puesto que nunca se ha superado su nivel utilitario. Esa mano se convierte en arte al mostrar con detallado exceso su vejez y su fragilidad a nuestro ojo distraído, mientras nosotros, por el contrario, sólo prestamos a los demás la nuestra como parte inevitable de la convención social. La mano de Coplans nos invita a mirar las uñas, el vello de los dedos, que parece un bosque arrasado por un pirómano. Los surcos de la palma, que podrían darnos una lectura quiromática del artista, quedan escondidos bajos los dedos corazón y anular. Lo viejo y la novedad de la imagen luchan en nuestra retina por su espacio de privilegio en nuestra consciencia, y de esta conclusión nace la memoria y el olor que es el olor del presente. El olor entre lo viejo y lo nuevo, lo vivido y lo intuido. El olor de la memoria y del arte, con raíces tan profundas como los surcos de esta mano vieja resistiendo con toda su sabiduría al invierno final, es el olor que se desprende de ese lenguaje de signos tan herméticos como pueriles. Una propuesta de juego, un código agridulce que, en un lenguaje silencioso, sin ser mudo, nos habla de expresionismo, existencialismo, surrealismo, fotografía, percepción, lenguaje, teatro, y un gran conocimiento del arte y de sus teorías, además de la imposibilidad de disfrutar de una primavera eterna. La última vez que vi a mi amigo Coplans, hace un par de años, todavía utilizaba como coletilla la frase «as you can see…», «como puedes ver…», Entonces ya comenzaba a perder la vista de un ojo. Ahora que lo pienso, cuando iba a verlo, primero a su estudio a la sombra de las Torres Gemelas, en Cedar Street, y luego en el corazón de Bowery, a veces le llevaba, además de una botella de vino, algunas flores. «Ponlas pro ahí», me indicaba con un gesto distraído, mientras concentraba su atención a la lectura de la etiqueta de la botella. «Gracias por el vino – parece decir todavía -, y ya sabes que mi gato te agradece que hayas traído las violetas.»

    Gabriel Halevi
    Barcelona, 5 de septiembre de 2003

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