Richard Hamilton no cambiaba de registro: gravaba los cambios. De hecho, solamente traía a la práctica, siempre que le apetecía y de manera inesperada, aquello que Duchamp denominaba «estrategia de la dicotomía». Con todo, y contra pronóstico, el inglés sabía que había que confiar en el olfato: una nariz, la suya, educada en la práctica reiterada —Hamilton entendido como el «gran olfateador»— sin hacer aspavientos frente a nada ni de nadie. Por eso podía hacer convivir un excremento con una flor: la gracia de los olores rae en su radical diferencia y diversidad. Hamilton no cambiaba de registro: husmeaba con los ojos y miraba con la nariz.

Eudald Camps