Cuando llega el verano: unos calores sofocantes, olores pesados, pegajosos, mezclados con el aire. Viajes, trasiegos, olor pesado, caliente, de aceites quemados de los motores, asientos de escai impregnados de sudor pestilente, pegajosos, que hieren el olfato. Olor que pasaba de la nariz hasta al cerebro, provocando mareo y náusea. Hasta que a través de la ventana te llegaba una oleada de aire fresco, pino o ginesta, liberándote los sentidos del anterior sopor. Pero esto tan solo era un instante, volviendo a caer en el estado abrumador de todos los sentidos. Nunca me he acostumbrado a estos olores saturados, espesos, pesados, así como nunca me he acostumbrado a los hechos oscuros, confundidos o lóbregos. Hechos y olores se me han grabado en la memoria, son olores-recuerdos. Y cuando vuelvo a sentir, mi espíritu intenta eludirlos, porqué van contra mi naturaleza; parece que destruyen o anulen mi ser, ya que siempre he buscado la claridad en las cosas.
¿Dónde empieza el olor, dónde la hedor y por qué todos lo percibimos de manera diferente? Tal vez son hechos muy parecidos los que activan el hecho creador, donde no hay límites ni normas, porqué somos nosotros los que nos los imponemos.
Olor a vida
Olor a no olor
Olor a muerte

Antoni Marquès