La rosa circular

Su recorrido intrincado y serpentiforme exhalaba el perfume narcótico de una seducción mítica y su piel rota por el deseo veló una noche la senda cubierta de espinas del laberinto que abría la escalera hacía su centro.

Su ser etérico, inexpugnable y quebradizo de vitalidad eléctrica, ofrecía la misma resistencia que una fortificación falsa y su belleza agónica y llameante envenenó toda idea de permanencia condenándonos al dolor eterno tras su desaparición.

Ahora, tan solo en la angustia final por seguir el rastro de su olor penetrante y sagrado podremos obtener la llaga en el costado doliente y crucial…

Salamanca, 3-8-2001.

Fernando Sinaga