Un paseo a lo largo de un camino en el bosque.

Un camino que no lleva a ninguna parte más que a sí mismo: es circular. Un paseo que empieza en cualquier punto del camino y se acaba y se abandona a cualquier otro.

Porqué el camino siempre es el mismo: es sabido que un círculo no tiene ni cabeza ni pies.

Un paseo con mi cámara a lo largo de un camino en el bosque.

Siempre el mismo.

Los sucesivos encuadramiento con la cámara recogen en la película una sucesión de momentos de la memoria que yo quería repetir.

Cada momento de la memoria se evapora como los olores.

Solamente queda el recuerdo. Recuerdo del recuerdo.

Recuerdos que se amontonan mezclándose unos encima de los otros como los olores. Yo los querría repetir. Querría reencontrar aquel olor que tengo clavado en la memoria desde que nací.

Pero no es posible bañarse en el mismo recuerdo dos veces.

En “Bipolar” se muestran sobre todo estos momentos de vacío o de quiebra de la memoria.

La doble proyección de los negativos de las imágenes del bosque y las de las palabras que las acompañan sobreponiéndose construyen una línea seguida en el tiempo.

Algo que parece absurdo en la realidad si se piensa un poco. Quiero decir que parece absurdo trazar una línea seguida. Como la de mi camino en el bosque cargando cámara, olores y recuerdos sin poder salir del círculo.

Es el arte aquello que nos permite de hacer piruetas de este tipo en nuestra vida, porque el arte siempre mira y muestra las cosas que no se ven.

Como los olores.

Como la memoria.

El arte nos acerca al invisible. Quizás porque siempre se viste con su propia desnudez. Vestido de olores y memoria hace posible por un instante que nos parezca bañarnos de nuevo en aquello que, de hecho, pasó hace tiempo.

Pep Agut