Las palomas llegaron a mi taller como intrusas atrapadas en una zona prohibida. Primero una paloma entró en el estudio y no quiso marcharse. Perturbado en mi quehacer por un invasor extranjero, corrí al exterior y esperé ayuda; (…)

La invasión de mi territorio por las palomas me trajo a la memoria algunos recuerdos de mis visitas a la casa de mi abuelo. Yo vivía en aquel tiempo en el barrio de Mahlul de Tel-Aviv, junto al mar (…). Nacido en Jerusalén, mi abuelo descendía de una familia yemení que había llegado al país a finales del siglo xix, prácticamente a pie, procedente de Sanaa. En la pequeña y precaria vivienda de mi abuelo, la vida tenía un ritmo distinto, más lento y tradicional, (…). Tengo de aquella casa varios recuerdos relacionados con pájaros (…) en particular el recuerdo del Rito Propiciatorio (Seder Kaparot), que mi abuelo celebraba cada año en la víspera del Yom Kippur (“Día del Perdón”). Sostenía un gallo sobre mi cabeza y lo balanceaba. El gallo soltaba graznidos y batía las alas mientras él recitaba con gran intención las palabras en hebreo (…) (“Este gallo está en tu lugar, te sustituye y es tu perdón; este gallo irá hacia la muerte pero tú irás al encuentro de una vida larga y apacible”.

El ritual, cuyas palabras mi abuelo nunca se preocupó de explicarme, parece haber ejercido sobre mí el efecto de un hechizo, apoderándose de todo mi ser. Además, mi abuelo criaba palomas y sus continuos picoteos, arrullos y repentinos aleteos, así como su fuerte olor eran una fuente inagotable de espanto para mí. Por encima de todo temía su conducta inexplicable (…) el olor hediondo de sus deposiciones (…). Estos recuerdos-sensaciones, en los que se entremezclan el miedo y un fuerte deseo de acoger al pájaro entre mis brazos, me volvieron más tarde a la memoria cuando vi por primera vez el cuadro Niña con Paloma de Picasso.

Yigal Ozeri