Hay plantas que nos transportan al jardín y al ámbito doméstico. Otras, en cambio, mantienen íntegra su capacidad para despertar en nosotros el espíritu de la naturaleza y su jerarquía no domesticada.

El escaramujo, o rosal silvestre, tiene para mí ese poder evocador y va unido, además, al paisaje de mi nacimiento y primera infancia. Allí, en las abiertas playas del Báltico donde acaban las llanuras de Antepomerania, los senderos trazados sobre las arenas serpentean entre rosales silvestres. Pertrechados contra las fuertes batidas del viento por el bastión de las dunas, la humedad marina impregna sus rosáceas flores y también los botones que quedan cuando pierde los pétalos y que hacen bascular con su peso las ramas.

Los elementos de ese paisaje me devuelven el aroma de mi primera memoria.

Dorothea von Elbe
Córdoba 2009