la necesidad de lo infinito. Monocromos en colección olorVISUAL

Acabo de ver unos dibujos al carbón de José Miguel Pereñíguez, densos, profundos, aterciopelados. La presencia de los negros que el artista con esa maestría coloca sobre el cartón, deja de ser dibujo, es algo más próximo a una pintura monocroma. Con respecto a esto, me vienen a la cabeza, clásicos como Yves Klein y sus obras doradas y azules, Lucio Fontana, con sus blancos heridos, los negros de Malévich, las instalaciones de McCollum o las obras de Agnes Martin, Saura, Morandi, Ellsworth Kelly. Todas en esencia con un solo color dominante, superficie sobre la cual suceden tensiones, embeleso, complejidades, problemas, sosiego…

La exposición “La necesidad de lo infinito. Monocromos en la colección olorVISUAL”, en la que se presentan obras de esta muy interesante y personal colección, pretende indagar sobre el sentido monocromo de las piezas seleccionadas, respondiendo a la pregunta de qué tienen en común con esas otras referidas anteriormente.

Al revisar la colección, se observa una gran libertad en el criterio seguido para su creación, pero dentro de esa diversidad hay un determinado número de obras que comparten cierta afinidad por su tendencia a la monocromía. No obstante, esta condición no implica otro tipo de afinidad. Cada obra es un mundo particular, un ente autónomo que nos inquiere desde el muro o la peana. En el conjunto apreciamos obras de referencias cómicas (Gabriel, J.M. Othoniel), introspectivas (S. Bruggëmann, E. Bechtold, C. Alcolea), dramáticas (C. García-Rodero, J. Fontcuberta), físicas (M. Chirino, P. Cera, Equipo 57), virtuales (C. Sandison, D. Canogar), irónicas (A. Agrela), estructurales (A. Caro, P. Palazuelo, M. Navarro),…

Para la observación de este conjunto de obras habría que pedirle al espectador tranquilidad para olerlas –el primer sentido de la colección– y saborearlas. La pieza en apariencia más simple nos puede sorprender por su complejidad, la obra más sutil, por su insolencia; la, en apariencia, más dura puede mostrarnos su lado más amable. Ese aspecto ¿unicolor? de cada obra nos obliga a prestar una atención extra, a intentar adentrarnos en su plasticidad en referencia a las emociones. Son obras que no se desvelan fácilmente.

Uno de los objetivos que debemos buscar en toda exposición es el despertar la curiosidad del espectador y sorprender o, al menos, provocar la reflexión y el debate. En este caso, los nuevos lenguajes y la variedad de disciplinas que la componen no dejarán indiferente al público interesado en el arte. Algunas obras nos marcarán, otras nos dejarán indiferentes, pero quizás una segunda mirada nos revelará su auténtico sentido, su esencia.

Rafael Ortiz. Comisario exposición