Antonio SOCIAS
mother painting
DIMENSIONES: 189 x 87,5 x 61 cm
TÉCNICA: tinta grasa y barniz sobre tela más estructura de acero inoxidable
A qué me huele Madre Pintura, Madre pintura en general.
– Extraña proposición –
En contadas ocasiones se me ha ocurrido relacionar la pintura con el aroma o el perfume. Casi nunca. Recuerdo, no obstante, una época extraña, una época dura en mi vida, tiempo de transición y enfermedades derivadas de la práctica culinaria del arte, en la que el olor del aguarrás, a óleo y a variopintas mezclas de grasas, fruto de la imaginación y la práctica de subsistencia, me producían náuseas y malas vibraciones hepáticas. Mi cuerpo no pudo soportar aquellas esencias y tuve que pasarme al campo de los derivados acrílicos. Pintura insípida e inodora donde la haya, pero a la que logré sacar notable partido, después de aclimatarme a sus nuevas y desaboridas propiedades. O la menos eso es lo que dicen quienes bien conocen lo que he hecho con ella. Me encantaba el aguarrás, su aroma y su, por otra parte, imaginable sabor. Hubiera acabado bebiendo aguarrás, lo puedo asegurar. La pasión de la mocedad me arrastraba inevitablemente hacia él, pero el metabolismo contradictorio de mi cuerpo zanjó uno de los mayores placeres de mi primera juventud. Prescripción médica irremediable: o eso… o lo pasarás mal el resto de tu vida.
Personalmente, siempre he llevado una estrecha comunión la pintura con la música. La historia de la música, de mi música, es la historia de mi pintura. De la pintura… y de la escultura, de la fotografía también, y de todo aquello que pueda salir de, o entrar en las profundidades del espíritu. No con el perfume, insisto. Aunque… ahora que caigo, después de darle vueltas y más vueltas, a propósito de la extraña proposición en la que ando metido en este mismo instante, y desde hace unos diez días aproximadamente, tampoco es cierto que esto sea tan así como no he pretendido expresar. Debe suceder que, por la razón que sea, por descuido ancestral, por incultura en este aspecto o por tendencia innata hacia otros ámbitos del deleite, quizás hasta ahora mismo no le había sabido dar la importancia que se merece. Gracias al cielo, porque siempre hay un alguien a la vuelta de la esquina que te ayuda a ver -a encontrar -lo que, por ti mismo, no puedes ver. O no puedes oler.
Enriquecerse o morir; ampliar el goce o callar para siempre. Arte es sumar: acreación continuada.
En este sentido Madre Pintura, pues, es un cúmulo de propuestas fragantes. En un abrir y cerrar de ojos, ¡mira qué cambio!
Madre Pintura es, ante todo, olor a sufrimiento de un hombre, el que, sin ser consciente, me introdujo en ella hace ya más de dos décadas: Juan, maquinista impresor de oficio, que tuvo que ser apartado de su Roland porque hubiera muerto de locura por ella. Se enamoró de la máquina y no dejaba a nadie tocarla; él solito hacía todos los turnos. Hasta que la enfermedad del cansancio, la anemia, le llevó obligatoriamente a la cama. Como consecuencia de lo anterior, Madre Pintura huele a tintas grasas, a disolventes asesinos, los mismos que nos matan a Juan y a mí. Por supuesto, huele a resmas de papel y a trajín de sobaquillo en días interminables de verano. Olor a aceite industrial, a recalentamiento, a extralimitación gráfica y corporal.
Madre Pintura huele a soldadura, a Miguel el soldador, a la barriga de Miguel, y a su cerveza interminable en el bar Quitapenas. Olor a hierro, a acero inoxidable. A pintura que recubre este mismo acero, porque la imagen del acero lustroso no gusta al artista, una vez finalizada la obra.
Madre Pintura es olor a la maldita pátina de Hammerite, que me ha dado por poner a todo, y que me va a matar si no la abandono como abandoné en su día el óleo y la esencia de trementina.
Madre Pintura huele a escombros secos y a escombros húmedos. A los veranos y a los inviernos durante los que se fraguó y se hizo a sí misma. A sí misma, insisto. Olió a barriada obrera y ahora a campo. A campo domesticado; a campo de albañiles: albañiles puñeteros. Cabrones albañiles, despiadados pequeños mercenarios. Y a piscina; y a productos químicos para esa piscina. A timo lentamente compensado. A ladrillo sobre ladrillo. A tuberías mal colocadas que dan problemas. A chapuza interminable. A lo indecible. Al noble arte de la construcción mancillado por idiotas.
También huele a días soleados; a ráfagas de lluvia y viento. A niños corriendo alreded
Exposiciones
Abril – Mayo 2011- arte esencial