Linarejos MORENO

corte y retroceso de hilos II

  • AÑO: 2010
    DIMENSIONES: 100 x 75 cm
    TÉCNICA: impresión Lambda sobre papel baritado
    EDICIÓN: 1/3
    MODALIDAD: fotografia
  • ¿A QUE HUELE EL TIEMPO?
    El olor, la vejez, la ruina y la muerte

    Nueva York, Queens, 25 de Julio 2012

    ‘El olor de Freedman Home no se me olvidara nunca, aun puedo masticarlo. Ha sido, sin duda, el proyecto más duro en el que he trabajado’, la directora de aquella institución que paradójicamente se llamaba No longuer empty asintió, como si también tuviese ese olor atascado en la garganta, después hablo de la moqueta y de los trastos viejos.

    Dos días antes, cuando todavía estaba trabajando en el edificio, había preguntado: ‘Los ancianos huelen a viejo porque están en sitios viejos o este sitio huele a viejo porque estaba lleno de ancianos?’. Laura, mi desinteresada asistente y coraza frente a los fantasmas, suspiró, miro a su alrededor y se concentró de nuevo en el pincel, la cola de conejo y la gasa.

    ****

    Nueva York, Bronx, 21 de Julio 2012

    Jamás había entendido porque trabajaba en lugares en ruinas. Solía responder, cuando me preguntaban al respecto, hablando de la memoria, la representación, el potencial narrativo, la construcción y la destrucción. Supongo que posicionándome en el lugar del espectador, todo esto me sonaba coherente.

    Aquel día cuando salí de Freedman Home, afirme: ‘Aquí no quiero quedarme’. Entonces lo entendí todo, lo que yo había hecho hasta entonces era habitar, simplemente habitar. La intervención de aquellos lugares y su registro fotográfico me trasformaba en ocupante para siempre, haciéndome en cierta manera dueña de aquellos lugares, independientemente de que las construcciones estuvieran abocadas a desaparecer, de su productividad, de quien fuese su verdadero propietario.

    Pensar, en cierta manera, me había quedado allí, en el norte del Bronx, a vivir o morir un poco me estremeció.

    ‘Esa muerte no es la mía’, dije de nuevo en voz alta, como una revelación. Y es que ese edificio estaba lleno de muerte y de extrañeza. No solo aquella inherente a su ruina, sino que encerraba también la agonía de aquellos ancianos, que abandonaron el edificio una vez sin vida, algo así como una cadena perpetua.

    Y me vino a la mente esa imagen que no se me olvidará nunca. Andaba refugiada al otro lado de la Hasselblad; controlando tiempos, obturadores y diafragmas, protegiéndome, mediante el rigor fotográfico, de cuestiones mucho más difíciles de resolver; cuando vi al fondo del pasillo alguien que se acercaba. La luz de su rostro se modificaba cada vez que pasaba por una de las puertas entreabiertas, titilaba como una estrella o un espejismo.

    ‘How are you?’, dijo alguien de color con el pelo negro como un indio y lleno de collares dorados con amuletos.

    ‘Un photograph. Un artist’ dije como si aquello me justificase.  ‘And you?’

    ‘Un volunteer.  I am here to help’.

    ‘Ah!!’. Y para protegerme de mi miedo decidí que aquello era justificación suficiente.

    Mire sus amuletos, el miro mis cámaras. Me sentí vulnerable, supongo que el también. Me pregunte si ese lugar le olía tan extraño como a mí, si esa muerte le estremecía. El pertenecía allí, yo no. Me pregunte cual serían, sus cielos y sus infiernos, que nombre tendrían sus demonios, donde quedaría El Bosco en todo esto.

    Salí del edificio y con las prisas por recuperar el aire, me deje mi bolsa de ropa. Aquella ropa que uso en las fotos cuando hago alguna acción; algo así como el traje de torero, la vestimenta litúrgica, o el uniforme de una orquesta. Aquella ropa que sin duda facilita el transito a “ese otro lugar” que registro en mis fotografías.

    Me estremecí de nuevo, no podría soportar no poder recuperarla hasta el lunes, dos días con dos noches. Esa ropa tan sagrada en un lugar tan ajeno. Pensé ‘Olerá a la Freedman Home’, como si el olor fuese la mas poderosa forma de usurpamiento. Dormí mal todo el fin de semana.

    El lunes volví con el corazón en un puño. La ropa seguía allí, en el mismo lugar donde la deje, sin embargo el resto de los objetos se me antojaban algo descolocados. Llegaron los ayudantes, fingí ser fuerte y terminé responsable mente el proyecto.

    Una vez en casa abrí apresuradamente la bolsa de la ropa, efectivamente olía aquel lugar o tal era yo, que tenia la arquitectura atascada en la garganta.  Me duche, la lavé tres veces, pero aquello no se iba.

    Entonces llego Ann, aquella americana que se había hecho adoptar por una familia de Navajos y mi compañera de piso. Me conto que en los rituales de los nativos Americanos se utiliza un manto que te protege de malos espíritus. Después de las ceremonias siempre había que ahumarlo con unas hierbas para purificarlo.

    -Do you want I clean your clothes?-, me preguntó.

    -Yes, Please-, le rogué.

    Entonces cogió de su cajón un manojo de hierbas trenzado, le predio fuego y lo apagó para que se formase un ascua. Mientras yo sujetaba la ropa en el aire, ella pasaba el ascua entre las vestimentas y poco a poco el humo invadió todos sus pliegues.  El aroma a Sage fue impregnando la ropa. Pensé en traer también la bolsa de la cámara, pero se me olvido.

    Cogí, por fin, aquel avión que me traía a España. Cuando puse la maleta en la cinta transportadora del aeropuerto me llego un ligero perfume a Salvia, me tranquilizo un poco, pero no del todo.

    Una vez en España, pase dos días en casa de mis padres. Salí a hacer algún recado y cuando llegue mi madre había lavado todo lo que traía. La ropa olía a jabón lagarto y a suavizante, me recordó a mi niñez y me tranquilizó. Mire a mi madre y pensé que no la dejaría morir en un lugar cuyo olor no le perteneciese.

    Poco después llegue Jaén, donde me encontré con mi marido y le pregunte a que olía la antigua fábrica de mi padre.

    ‘A hiero y grasa’ me respondió.

    Llego mi hermano y le interpelé: ‘A que huele la fabrica?’

    ‘A jabón quita grasa, ese que está en los tarros grandes de los baños. También huele trapo sucio, a radial y a soldadura?

    ‘A soldadura?’ Y me fui tranquila, intentando recordar el olor a soldadura e intentando olvidar aquella ruina del Bronx que tampoco me pertenecía.

    Linarejos Moreno

  • Exposiciones

    - olor de Cerdanyola. Percepciones olfativas de la colección olorVISUAL
    - eléctrico y lejano. Fotografía contemporánea colección olorVISUAL