A pesar del primer impulso involuntario y asociativo con el que nos acercamos al cuadro, pensando en él como un paraje selvático o vacacional, tras poco tiempo, comenzamos a confirmar nuestras sospechas de que en realidad, parece tratarse más de una imitación de oasis o de un parque temático que de algo natural. No existe tal olor a vegetación más que del postizo plástico. Nos comienza a envolver un aroma más engañoso y plastificado, se va imponiendo otra sensación más turbadora e impenetrable, como si el sentido del olfato rebotara infructuosamente ante el hermetismo de esta pintura pulida y brillante, no pudiendo ser traspasada por ningún sentido, como si la única fragancia que pudiésemos percibir fuese la del recipiente de un perfume envasado al vacío.

Rubén Guerrero